Blogmayor

sábado, 1 de marzo de 2014

Ricardo. Te conocí allá por 1995... Me dijeron que tenías autismo.

EL PUZZLE


Mi vida no fue ya la misma tras conocer a Ricardo. Muy dura ha de ser el alma que no se desgarre después de un encuentro parecido.

Moreno, muy alto para su edad, “rechonchote” y guapetón. Tenía una mirada inteligente, escurridiza; cuando lograba capturarla, clavaba sus ojos negros en mí, traspasando todo lo superficial. Su pelo era espeso, del color de la noche, mas de un limpio inmaculado tal, que hacía reflejar la luz que rebotaba en él.

Su persona era como un puzzle al que le falta una pieza crucial.

¿Dónde está esa pieza, Ricardo?

¿Cuál puede ser?

El puzzle es precioso y no somos capaces de recomponerlo... y quiero gritarte al oído: ¡Merece la pena el esfuerzo! ¡Merece la pena el sufrimiento!... Mas no me oyes. Eso sí, sientes que te digo algo... aunque no logras comprender.

¿Qué pieza perdiste, Ricardo? ¿Fue la imagen del sol y por eso está todo oscuro y confuso? Tal vez fue la luna, y has perdido la ilusión, la ternura de los sentimientos, el sosiego, el silencio vivo... la fe en los demás.

¿Y si te faltan las dos y por eso los días y las noches se suceden todos sin orden, sin sentido?


EL AGUA

Sólo el agua te gusta, Ricardo: las gotas de lluvia que limpian los días tristes, y bajo las cuales no importa empaparse; el frío y grueso chorro que sale del grifo y sientes clavarse en tus brazos.

http://www.upsocl.com/inspiracion/jamas-te-hubieras-imaginado-porque-arrastran-a-este-chico-a-mar-pero-estaras-muy-agradecido-que-lo-hayan-hecho/


EL TEMOR Y EL DOLOR

Cuando entrabas en clase, te cubrías la frente y los ojos con el brazo derecho. ¿Qué temes, Ricardo? ¿La incomprensión, la ofensa, la traición, el desamor...? ¿Cómo es posible que un corazón pequeño como el tuyo, todavía sin crecer, haya experimentado semejante dolor? Ese dolor opresivo, ahogador que va extendiéndose poco a poco en el pecho hasta llenarlo todo, hizo que un mal día estallara.

Duele crecer.

Duele amar.

Duele vivir...


Sólo bajo la alfombra o en un rincón apartado sentías una leve, angustiosa y solitaria seguridad.

Años atrás te habías ido construyendo, cual hermoso castillo de naipes, jugando, riendo, junto a unos padres que eran “tu mundo”. Algo ocurrió y todo se vino abajo. Ya no podrá ser lo mismo, Ricardo. Pondremos alguna carta en pie, pero nunca lograremos colocarla en su lugar. Jamás serás el mismo. Algo ha muerto. Algo permanece. “Tu mundo” ha de amarte como eres aquí y ahora. El recuerdo está impregnado de tristeza y desesperación. No ayuda.


LA ARENA

El tiempo se perdía entre esos dedos flexibles y regordetes que repicaban continuamente la arena.
Arena, dedos, granitos de arena, Ricardo; eran un continuo para ti.

¿Hasta dónde la arena?

¿Hasta dónde los dedos?

¿Hasta dónde los granitos de arena?

¿Hasta dónde Ricardo?

Sumergías la mirada en el montículo y las sustancias se mezclaban. Tu ser se transformaba en cada golpecito de falange, en arena. Tú eras arena; la arena era Ricardo.

Mis esfuerzos para que fuese el “cargamento” de un camión o un sendero tortuoso, fracasaron. Sólo conseguí que, sirviéndote de una pala de juguete, llenaras mecánicamente un cubito, como para darme gusto, como para satisfacer un simple capricho. Te perdiste, y contigo se esfumó la capacidad de jugar, esa que antaño utilizabas escondiéndote en los armarios, correteando por el parque con tu padre, repitiendo cuentos a tu madre...


BEBA COCA-COLA

—Beba Coca-Cola.
—Gallina Blanca.

Los mensajes publicitarios quedaban grabados en tu mente como cuñas inconexas, sin sentido, y podían emerger en cualquier momento del día. Eran sonidos; no palabras. Con ellas nos comunicamos, pensamos, deseamos, proyectamos.


MÚSICA... ERES TÚ

Me perdía entre las calles del laberinto buscando un lugar donde poder encontrarnos. Lo descubrí aquella tarde casualmente, en un jardín apacible, salpicado de aromáticas rosas e inundado de colores alegres y vivos, melodiosos y cicatrizantes. Allí habitaban el suspiro que surge después de una inspiración profunda, el balanceo de un columpio ocupado, la sorpresa de la súbita aparición realizada por una golondrina con plumas verdes y amarillas, el salto de un conejillo juguetón y curioso que mira fijamente moviendo la cabeza a uno y otro lado.

No se trataba de un sitio real con reglas incomprensibles. En ese recinto convivían y sintonizaban orden, desorden, norma, capricho, repetición, sobresalto,...

Una fuente manaba agua cristalina, no tan dura ni tan fría como la que recorría tus brazos cuando te dirigías al lavabo para sofocar el tiempo de la existencia.

Los cuerpos podían flotar, saltar, descansar, balancearse, andar, correr o volar. Los objetos no tenían que mostrarse nítidamente a los demás porque una suave neblina lo envolvía todo: colores, formas, brillos, destellos. Las personas podían descansar y dormir sin necesidad de soñar, los niños podían gozar sin necesidad de jugar.

Ese lugar mágico lo encontré en LA MÚSICA: Todos los días a la misma hora teníamos una cita ritual en aquella canción infantil creada por un gran MAESTRO. Una y otra vez, con tu débil, irregular y aguda vocecilla, me pedías que cantase: “¡Yo soyyyyyyyyy!”.

No me hacía rogar:

“Yo soy el sauce flautón
un árbol original,
con el do, re, mi, fa, soool,
el viento me hace sonar.
Damos palmas...”

En ese momento, eras para mí un “principito” incomprendido cuyos cabellos dorados se habían oscurecido por efecto de alguna desconocida tormenta cargada de polvo, arena y realidad.


LA CARCAJADA

Qué bien sonaba, Ricardo, esa carcajada, explosión de color, que salía de tu boca como los fuegos artificiales que, tras una larga espera en el silencio, estallan la noche de feria y resuenan entre la bulliciosa multitud.

Esa carcajada era un “respiro” para ti, un “respiro” para mí. Quisiera haberla podido prolongar días enteros, meses enteros. Sólo duraba minutos, mas eran unos minutos grandes, importantes, maravillosos. ¡Te gustaba tanto que aquel estudiante corriese contigo a sus espaldas!


LA DESPEDIDA

Un día de fiesta nos teníamos que despedir.

Sorprendida, comprobé que sonreías. No dije “Adiós”. Te dejé hacer cuanto quisiste, pero tú me regalaste algo que nunca soñé: cogiendo mi brazo derecho, golpeaste de forma suave tus labios varias veces contra él y oí con claridad unas palabras que llenaron eternas tardes de incomunicación y quedaron impresas en mi alma:

—Quiero, quiero, quiero, quiero...

Con ellas me marcho y con ellas viviré. Jamás sospeché que un día triste pudiera hacerme tan feliz.



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